Soberana Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalén de Rodas y de Malta

Orden de Malta

«Mi Camino» Testimonio de Socorro, participante del proyecto WOW

30/11/2017 


«Me llamo Socorro, vivo en Toledo y, debido a mi discapacidad, soy usuaria de silla de ruedas.

El verano pasado, un buen amigo, me ofreció hacer el camino de Santiago en silla de ruedas. No lo pensé mucho, yo nunca digo ¡no puedo!, siempre digo ¡no lo he intentado¡ así que le dije que sí.

Sentí que el Señor quería que hiciese ese camino ¿para qué? ¡no lo sé!  Pero de lo que estaba segura es que El me cuidaría a través de las personas que me iban a acompañar. No conocía a ninguna de ellas, pero sabía que si Dios las ponía en mi camino, serían buenas personas (ya lo creo que lo son).

Los primeros que conocí fueron dos voluntarios que con su cariño me trasmitieron una gran confianza, cuando vinieron a recogerme el 2 de agosto, y así inicié mi aventura. 

Pasamos por Fuensalida donde nos esperaban Jota y Loli, dos hermanos estupendos, también en silla de ruedas.

El punto de salida era la casa de las hermanas Moreno, donde estaban al resto de voluntarios, hombres y mujeres de gran corazón y ternura. Cada uno con su particularidad, pero en todos ellos un espíritu de servicio y entrega a los demás, enorme.

Emprendimos el viaje todos para Villalcázar, en la provincia de Palencia, que era donde iniciaríamos la primera etapa del camino. En el viaje ya empecé a quererles a todos.

Éramos un grupo muy variado, Damas, Caballeros y Voluntarios de la Orden de Malta, el Pater (no podía faltar), jóvenes ‘halcones’  y cuatro … ¿enfermos?, … ¿discapacitados?, …  yo prefiero decir … ”personas con capacidades diferentes.” 

 

Todos teníamos una idea muy clara: hacer el Camino de Santiago juntos, y para ello teníamos que poner, cada uno, nuestras capacidades al servicio de los otros y yo estaba dispuesta a poner las mías al servicio de todos.

 

Los organizadores habían preparado todo con mucho cariño consiguiendo cuatro sillas especiales para que hiciésemos el camino más cómodos, buscando albergues accesibles para que pudiésemos bañarnos y descansar. Todo para que estuviésemos a gusto, no les importaba el trabajo con tal de vernos felices. ¡Si yo ya era feliz estando con ellos! No necesitaba comodidades.

Cada mañana iniciábamos la etapa todos juntos, con la oración de Laudes, en el camino rezábamos el rosario y el Ángelus, entre medias, afrontando lo que nos fuera surgiendo y al final del día, con la Eucaristía, le dábamos gracias a Dios por la jornada vivida. ¡Menudo día! 

El camino tenía de todo; tramos llanos, baches, cuestas, etc. No estaba adaptado pero, como éramos un buen equipo, nos complementábamos y lo que a uno le faltaba el otro lo tenía y así no había barreras que no pudiéramos superar. 

Según pasaban los días, el cansancio físico se notaba, pero no faltaba la ilusión y las ganas de llegar al final y abrazar al Apóstol Santiago.

Yo bromeaba con todos intentando poner una chispa de alegría y buen humor provocando algunas risas, que son una buena terapia, y así hacer un poco más agradable el camino ya que físicamente no podía hacer mucho, sólo dejarme ayudar, que no es fácil. 

He dado lo que tenía, no sé si lo suficiente o no, pero he recibido mucho más de lo que he podido dar y ha valido la pena lo vivido y sobre todo “con quien” lo he vivido.

Empecé el Camino con un grupo de personas desconocidas pero cada día, entre bromas y risas, íbamos compartiendo cosas, anécdotas, experiencias, inquietudes, en definitiva, nuestra vida. Y así, sin darme cuenta, se estaba creando una corriente de cariño que iba calando en mí y los que antes eran desconocidos se estaban instalando en mi corazón. 

Por fin llego ¡el Gran Día! ¡La llegada a Santiago de Compostela! Estábamos felices de haber llegado todos bien y queríamos entrar juntos en la Plaza del Obradoiro. ¡Así lo hicimos¡

Fue muy bonito y teníamos tanta emoción contenida que en el abrazo que nos dimos nos lo decíamos todo. Allí ya no estábamos compañeros de camino, estábamos AMIGOS.

Faltaba la guinda del Pastel, el abrazo al Santo. Después de haber superado las dificultades durante el camino, no podían permitir que nosotros, que no podíamos hacerlo solos, nos quedáramos sin dárselo. Y con una gran entrega (teniendo en cuenta que llevaban siete días sin parar) derrocharon fuerzas para subirnos a los cuatro a dar el abrazo.

Sentí una emoción muy grande cuando toqué a Santiago pero no fue menos mi emoción ver las caras de satisfacción de todos los que habían conseguido llevarnos hasta allí y subirnos. Ellos se merecen todo mi respeto y cariño.

El Camino de Santiago es imagen de la vida misma y no se si volveré a hacer otro camino con estos amigos, pero lo que está claro es que ellos están conmigo haciendo “mi camino” ¡el de mi vida¡ y quiero llegar hasta el final en su compañía donde la plaza del Obradoiro será el Cielo y el Abrazo nos lo dará el mismo Jesucristo.

¡¡  MUCHAS GRACIAS ¡¡  y  ¡¡ BUEN CAMINO ¡¡»

Socorro del Cerro Pacheco 

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