Soberana Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalén de Rodas y de Malta

Orden de Malta

Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza. Domingo, 17 de octubre de 2021

15/10/2021 


Con ocasión del día Internacional para la Erradicación de la Pobreza que se celebrará el día 17 de octubre, domingo. El Delegado para las Comunicaciones y Consejero Asesor de Presidencia ha enviado el siguiente texto:

17 de Octubre de 2021.

El fruto del Amor es el servicio al prójimo”.

Santa Teresa de Calcuta.

El día Internacional para la Erradicación de la Pobreza es la oportunidad para reconocer los esfuerzos y la lucha de las personas que viven en la necesidad para concienciar a la sociedad de su situación y que, entre todos, ayudemos a paliarla.

Nuestra Soberana Orden nació casi hace mil años con el fin y la preocupación de atender al débil, al desprotegido. En toda la extensión posible de su circunstancia y para cuidar al enfermo a través de aplicar en ese sostenimiento al prójimo, la doctrina social de la Iglesia. El reconocimiento de este carisma nuestro ha sido plasmado por la Santa Sede, desde siempre y por eso, entre los títulos que tiene nuestra Alteza Eminentísima el Príncipe y Gran Maestre está el de “Humildísimo Guardián de los pobres de Cristo”.

La atención al necesitado es la vía por la que cualquiera de nuestros Capellanes, Monjas San Juanistas, cualquiera de nuestros miembros, damas, voluntarios, donantes, amigos, pueden buscar la santificación por medio del servicio al desvalido.

Para aspirar a conseguirlo hay que intentar hacer el ejercicio de “Darse” al prójimo, en Plenitud, sin ninguna limitación. El primer esfuerzo personal que se ha de hacer consiste en renunciar a todo interés particular que nos nuble y que no nos permita desarrollar nuestra entrega en bien del vulnerable. Un desprendimiento de nosotros mismos que es imprescindible para poder servir. Esto no quiere decir que se pierda la individualidad propia de cada uno de nosotros, como partes integrantes del todo que conforma el Cuerpo de la Iglesia Católica. Nos deberíamos ejercitar a desarrollar la renuncia de cualquier interés personal, la renuncia casi de nosotros mismos, como primer estadio para la entrega al próximo que requiere amparo y cuidados. De esa manera podremos aplicar el Carisma Melitense de ayuda al prójimo. Esta ayuda se basa en la conciencia personal, que hemos de tener, del carácter inviolable de la vida humana y de su Grandeza, como analiza San Juan Pablo II en “Evangelium Vitae”. Nos lleva a valorar y amar a cada persona en su sencillez, sus particularidades y defectos, con humildad y con sinergias de empatía, para poderles socorrer.

Desarrollamos la solidaridad de la sociedad civil pero, sobre todo, la Caridad Cristiana. Se conseguiría una sociedad más digna y justa al dedicarse a los demás, como reclamaba ya Su Santidad León XIII en su histórica encíclica “Rerum Novarum”.

Cristo, el Hijo de Dios, quiso encarnarse en el pobre, para irradiar el amor que nos tenía. Lo propagó desde el necesitado. En él y desde el doliente. El necesitado, por lo tanto, es otro Cristo. Se identificó con los que sufren hasta su total desprendimiento en la Cruz. Por eso, hemos de tener presente la pobreza que aflige al mundo para poder luchar contra ella.                  

Hay que tener la disponibilidad de desprenderse de uno mismo, basada en una actitud moral pues es la única manera de paliar la pobreza que compromete la ansiada unidad de la humanidad. Desarrollar el “Amor preferencial por los vulnerables”, que ha de guiar nuestra vida cotidiana, traduciéndose en acciones concretas y específicas. Así lo está pidiendo el Santo Padre Francisco: ”un mundo rico y una economía vibrante deben acabar con la pobreza. Generar y estimular dinámicas capaces de incluir, alimentar, curar y vestir a los últimos de la sociedad en vez de excluirlos”. Es responsabilidad de todos.     

Es paradójico que, en este mundo desarrollado, con medios tecnológicos y recursos financieros no se haya logrado equilibrar mínimamente las desigualdades existentes entre las sociedades ricas y las vulnerables. Esta necesidad se patentiza en las personas que las padecen.                     

El objetivo del desarrollo sostenible es “poner fin a la pobreza en el mundo en todas sus formas”. En el Estado en que las personas sufren la pobreza se desarrolla un caldo de cultivo para aplicar violaciones de los derechos humanos. Se vulneran derechos civiles, económicos, sociales, culturales y políticos. Este fenómeno es multidimensional que hace que haya personas que no tienen las capacidades básicas para vivir con dignidad.

La pobreza, por lo tanto, no es sólo una cuestión económica. Los que la sufren, carecen de acceso al agua potable, al saneamiento, a la alimentación saludable y de calidad, pues es una de las bases para un desarrollo personal integral equilibrado, ya que la desnutrición es la muestra palpable de la pobreza. Carecen de la electricidad y de todas las dotaciones que la sociedad del bienestar brinda.

Los gobiernos, con sus programas, deberían aplicarse a garantizar los derechos humanos, para crear sociedades justas. Pero ello pasa por invertir en formación y en educación que son las herramientas más efectivas para combatir la exclusión que produce la pobreza, y así poder devolver la confianza, la autoestima que les permita recobrar la dignidad. Fomentar en los individuos el interés por aprender dándoles las herramientas básicas para el estudio y la formación personal. Formación que consigue insertar en la sociedad a personas con capacidad de ser independientes y salir de la dinámica que atenaza a quien sufre la pobreza.

Esta pobreza afecta a la explotación y a la opresión que sufren casi las tres cuartas partes de la humanidad, por lo que es urgente involucrarse y concienciarse en luchar para ir erradicándola. También la pobreza incide en las corrientes migratorias y condiciona sus desplazamientos, que les impone exclusión social en los países que muchas veces no practican correctamente la acogida que han de brindar al migrante. Hay que establecer sistemas de protección social con la aplicación de niveles mínimos que promuevan el desarrollo inclusivo en los territorios de acogida.

No podemos mantenernos indiferentes ante este drama de las carencias de los necesitados y vulnerables y nuestra Soberana Orden nació para paliar estas necesidades que sufren, que soportan Nuestros Señores los Pobres y los Enfermos.

Confiemos que todos los que estamos involucrados con la Asamblea Española de la Soberana Orden de San Juan de Jerusalén, de Rodas y de Malta, en las distintas responsabilidades y ocupaciones que desempeñen, podamos aportar nuestro esfuerzo para mitigar tanto dolor, tanta necesidad pues así nos perfeccionaremos en el Camino de desarrollar el Carisma Melitense al que estamos llamados a ejercer.

Alfonso Pérez-Maura.  Comunicaciones.

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